La formación y la Resiliencia
Siempre debemos tener presente, entre otras, dos grandes lecciones de la vida. La primera premisa postula que todo cambio es posible. La segunda, enciende la luz de esperanza al demostrar que se puede mejorar. En este punto, pensar en la formación y la resiliencia se torna inevitable.
Pues la resiliencia ha sido y es uno de los temas que más interés despierta a nivel personal y profesional entre los docentes. No es para menos, si se trata de una herramienta de utilidad para los profesionales que se vuelcan en la educación integral de todos y cada uno de sus estudiantes. En definitiva, de quienes apuestan por una inclusión real.
De esta manera, y abrazando este propósito, muchos profesores y profesoras deciden embarcarse en la atención de lo vulnerable. Es decir, de aquello que pasa desapercibido para algunos ojos, y que no puede concebirse fuera de la labor docente.
Una apuesta por la formación y la resiliencia
Desde el punto de vista docente, la formación y la resiliencia necesariamente van de la mano. Por supuesto, hay un voto de confianza explícito en el estudiante. Se cree fervientemente en el potencial de todos y cada uno de ellos y ellas. Tal es así que, por su condición humana, no se concibe que una infancia o adolescencia traumática o difícil determine su futuro.
Se merecen que alguien les inyecte una dosis de fe en sí mismos con el sólo hecho de decirles: “Tú me importas”. Sin embargo, no se debe descuidar que todos tendrán que mostrar actitud y predisposición para alcanzar así su mejor versión como persona y como profesional.
Además, el paradigma de la resiliencia permite analizar las realidades educativas y las dificultades que se presentan en el alumnado. Aquí se debe tener en cuenta especialmente a quienes muestran dificultades de aprendizaje, trastornos de comportamiento e incluso a aquellos que cargan sobre sus espaldas situaciones difíciles pasadas o presentes.
Una cuenta pendiente, nuestro desafío
El desafío para quien acomete las tareas educativas es abordar al alumnado de un modo constructivo. Se trata de reconocer los problemas, movilizando los recursos de que se dispone, desde la realidad, el positivismo y la esperanza.
Es así como cualquier espacio de formación, así como sus plantillas, no deben dejar que el infortunio, la incompetencia parental, los traumas o cualquier adversidad determine el futuro de sus estudiantes.
Los niños, jóvenes y adultos no pueden ni deben crecer con la ausencia de sentido claro de pertenencia, mancos de una escala de valores, con carencias de proyectos, de futuro, de ilusiones, apoyos, confianza en sí mismos y potencialidades. De allí deriva la imperiosa necesidad de repensar la formación y la resiliencia como dos factores claves inseparables en estos casos.
En los tiempos tan difíciles que vivimos, y como referentes educativos, está en nuestras manos ser capaces de cultivar la semilla de la resiliencia en cualquier contexto y rol que adoptemos en la sociedad. Pues toda persona tiene derecho a alcanzar el máximo esplendor.
Además, en cualquier momento de la vida, se debe apelar a la resiliencia para salir airosos de la adversidad devenida. Por ello, diversificar esta actitud logrará una sociedad más positiva y sana. Sólo generando contextos sanos y competentes incidiremos en la resiliencia.
En conclusión, los espacios formativos pueden y deben dar una oportunidad a estos discentes con actitud hacia la mejora continua, ya que, transgredirán en las próximas generaciones, tanto en el contexto laboral como en el humano.
Queda claro que la formación y la resiliencia son el camino. Sólo hace falta un cambio de mirada.